La realidad social siempre ha dispuesto de sus propios mecanismos de regulación del frio y calor. Y hoy, con la Sentencia tan importante conocida, preparemonos para las lenguas sueltas y manirrotas…

Si bien, de un tiempo a esta parte, desconozco con qué legitimidad, autoridad, y potestad, Tweeter se he erigido (o han erigido sus trolls) como una pseudo fuente del Derecho. «Lo pone en Tweeter…«. Ya ves, como si fuera un acto de fe, o un artículo del Código Civil.

No se debe dejar en manos de insensatos, descerebrados, charlatanes, demagogos, trolls, falsos profetas, gurús trasnochados, nuevos lideres espirituales y morales el desarrollo de la opinión. Es peligroso. Peligroso porque aquellos seres esponja absorberán en mayor o menor grado lo que esos espejos (sucios, rotos, o empañados) les reflejen de la sociedad que cada cual proyecta.

Y digo bien. ¿Quién es, pongamos un ejemplo, un cualquier portavoz de una minoría parlamentaria para decir que «La Manada lleva toga«?

¿Dónde queda la defensa del tweeteado (o insultado, válgame la redundancia) frente a la libertad de expresión? ¿Cuál es el limite? ¿Quién, cuándo, cómo se va a poner freno a esas cloacas llenas de ira, vómito, bilis, y sangre negra?

La libertad de expresión es un Derecho sagrado. Si bien un deber. Y responsable. Los Derechos de uno terminan donde empiezan los del otro. Menos en Tweeter. El tweeteado NO tiene Derechos, esas fieras furibundas sedientas de morbo y mierda lo absorben.

Hay que leer mas y hacerse menos los leídos. El triunfo de una sociedad civilizada será aquel día en que nadie pueda vilipendiar gratis a otro, y en el que el vilipendiado pueda acaso defenderse, sin ser rematado en el suelo. No, señores, no, libertad de expresión no es igual a libertinaje en la expresión.

No todo vale, y menos opinando en lo de los demás. Ya quisiera ver yo a mas de uno en el pellejo de otro. Veríamos a ver cómo cazaba la perrita, como dice el argot popular.

Cuando el diablo no tiene nada que hacer, mata moscas con el rabo.