Lanzo una reflexión, tras un Juicio en el que un abuelo pide regimen de visitas a sus nietos.
Preguntado por Fiscalía, éste se desmarca con que «tengo derecho a visitas porque lo dice la ley». Gran cag**a, ilustre.
La ley natural es la fuente de la que mana la ley. Siempre he sido un firme defensor del Derecho natural, de la norma nacida por y para la costumbre, conjugada con la ética y el ejercicio responsable del derecho.
No señor, no tiene derecho porque lo diga la Ley. Esa ha sido su cruz, y así lo ha remachado la Fiscal en conclusiones.
La «justa causa» que tiene sentado el Tribunal Supremo como causa para impedir las visitas a un abuelo no puede ser más cuesta arriba que cuando el propio solicitante no es capaz de defenderla.
En un juicio de cerca de hora y media, apenas ha hecho una mención a su nieta, volcando las tintas en la relación de conflictividad y enquistamiento con los hijos. Siempre lo digo, y lo mantengo: al fuego se le echa agua, no gasolina.
Hagan caso a sus Letrados, señores míos, y les irá mejor. Un juicio en el que se piden visitas para un nieto es tan concluyente como eso; no es un foro en el que vomitar odio, ira, rencillas, el pasado (ay el pasado…!). Miremos al futuro, construyamos, y seamos capaces de albergar VALORES, desde los que reafirmarnos como personas, y ante terceros (léase, los hijos, el Juez, la Fiscal…).
No entendamos el Derecho como un vehículo, sino como un medio de vida. Desde el Derecho, y no con el Derecho, se logra la armonia, personal, y moral.
Conclusión: poco gusto de quienes lloran en juicio, pero menos gusto de los que hacen llorar.