Son bastantes las veces en las que uno topa con contrarios con menos inteligencia que moral. Hablo del indebido e instrumentalizado uso que del aparato de la violencia de género se hace dentro del proceso civil, o como trampolín al proceso civil.
Como Letrado de Víctimas, jamás me he prestado a tan perniciosa práctica. Es más, me he permitido el lujo de renunciar a la Dirección Letrada de víctimas -presuntas, digo bien- que querían el malicioso empleo de tan dañina práctica. Recuerdo incluso una que me dijo ante mi henchido y satisfecho pecho: «Bueno, pero por lo menos ha dormido en el calabozo».
En la actualidad, un asunto en el que estoy trabajando ha tardado año y pico en que la Audiencia Provincial falle en firme la absolución de un irrisorio delito leve, tras Procedimiento montado por todo un rosario de delitos, incluido el manido de maltrato psíquico habitural. Tiempo al tiempo, que al final cada uno en su sitio. Eso sí, ahora toca pelear por la custodia, con la fuerza de cada informe y resolución judicial que han desenmascarado a la sujeta en cuestión.
Hoy mismo, de ahí mi afán en escribir este post, me llega un Cliente, recién puesto en libertad, con un auto que deniega a su ex pareja la orden de protección, y clava, literalmente, el panorama. Pobre de ella, que se volverá en su contra, de eso ya me encargo yo. Y dice el referido Auto:
«A todo lo anterior ha de unirse la existencia de un posible motivo espurio para la solicitud de la orden de protección, que es el conflicto que ambas partes mantienen por la custodia y visitas de la hija comun, teniendo ya señalado un juicio en el Juzgado de Familia el próximo 15 de […]».
Gracias, Señoría. Gracias por lanzarme el guante que permitirá a mi Cliente una guarda y custodia que no podía siquiera soñar. Gracias por darme pie a interponer una denuncia por denuncia falsa, y empezar a limpiar la Jurisdicción de este tipo de procedimientos inanes, inertes, inútiles en definitiva.
Gracias por su valentía, como aquel Juez de Granada, como el Sr. Llarena, y como tantos que, venciendo los arquetipos y sin temer a los lobbies de andar por casa, hacen su profesión de una manera digna, y, en definitiva, HACEN JUSTICIA.